Antes había hartas biznagas gigantes por allí, en los cretácicos cerros plagados de fósiles de turritelas donde hoy se asienta el poblado de San Juan Raya.
Biznagas de esas que les dicen asientos de suegra, porque así se usaban, como instrumento de tortura, en una época de revuelta en la que hombres ávidos de mujer buscaban que las desdichadas madres de las doncellas popolocas rebelaran donde escondían a aquellas, precisamente en resguardo de sus masculinas ansias.
Estas milenarias cactáceas que miden de a siglo por pliegue en su abdomen--hablando de las biznagas, que no de las suegras, aunque así pudiera parecer-- fueron sacrificadas una por una durante años, según cuentan, porque se hizo costumbre cortar una de estas cada día de la feria de Zapotitlán, no queda claro exactamente en atención a qué clase de perversión del homo sapiens que habita por esa región.
Y además, para mayor desgracia de nuestras espinosas heroínas, los burros --en particular los sin dueño-- parecen disfrutar de manera especial de sus vegetales carnes, para lo cual han desarrollado una muy peculiar inteligencia que les permite despojarlas de sus púas para poder saborearlas.
Pero las biznagas, al fin hijas de la misma sabia madre Natura, no se han quedado impávidas ante tantos hechos adversos y estresantes que, de ser de nuestra especie, las tendría sin duda tendidas en divanes durante años, o sometidas a tratamientos de antidepresivos y cosas semejantes.
No se sabe bien cómo lo lograron, y alguien podría pensar que todo es mera obra de la casualidad y no de su agudeza, pero la cuestión es que ahora viven protegidas por los humanos, quienes han recibido, por fin, la luz de la pasión ecológica y las resguarda y procura como a pocas especies.
Los burros comedores de biznagas, por su parte, por su condición de salvajes, no reconocidos por dueño, club o partido político alguno, fueron capturados y llevados a la plaza del pueblo para su venta, pero como su inteligencia como comedores de biznagas no les reporta ningún crédito en materia de experiencia laboral, suelen ser comprados por circos y zoológicos para alimentar a los leones.
Como diría el último astronauta soviético que al volver a la Tierra ya no tenía país "es que la vida da muchas vueltas".
Biznagas de esas que les dicen asientos de suegra, porque así se usaban, como instrumento de tortura, en una época de revuelta en la que hombres ávidos de mujer buscaban que las desdichadas madres de las doncellas popolocas rebelaran donde escondían a aquellas, precisamente en resguardo de sus masculinas ansias.
Estas milenarias cactáceas que miden de a siglo por pliegue en su abdomen--hablando de las biznagas, que no de las suegras, aunque así pudiera parecer-- fueron sacrificadas una por una durante años, según cuentan, porque se hizo costumbre cortar una de estas cada día de la feria de Zapotitlán, no queda claro exactamente en atención a qué clase de perversión del homo sapiens que habita por esa región.
Y además, para mayor desgracia de nuestras espinosas heroínas, los burros --en particular los sin dueño-- parecen disfrutar de manera especial de sus vegetales carnes, para lo cual han desarrollado una muy peculiar inteligencia que les permite despojarlas de sus púas para poder saborearlas.
Pero las biznagas, al fin hijas de la misma sabia madre Natura, no se han quedado impávidas ante tantos hechos adversos y estresantes que, de ser de nuestra especie, las tendría sin duda tendidas en divanes durante años, o sometidas a tratamientos de antidepresivos y cosas semejantes.
No se sabe bien cómo lo lograron, y alguien podría pensar que todo es mera obra de la casualidad y no de su agudeza, pero la cuestión es que ahora viven protegidas por los humanos, quienes han recibido, por fin, la luz de la pasión ecológica y las resguarda y procura como a pocas especies.
Los burros comedores de biznagas, por su parte, por su condición de salvajes, no reconocidos por dueño, club o partido político alguno, fueron capturados y llevados a la plaza del pueblo para su venta, pero como su inteligencia como comedores de biznagas no les reporta ningún crédito en materia de experiencia laboral, suelen ser comprados por circos y zoológicos para alimentar a los leones.
Como diría el último astronauta soviético que al volver a la Tierra ya no tenía país "es que la vida da muchas vueltas".
Pues a los burros por burros que no supieron borrar las huellas incriminatorias (¡esos bigotes verdes con espinitas los delataron!).
ResponderEliminarY las biznagas, no sé, quizá abrieron un canal en twitter que creó eco mediático o tienen algún amigo influyente entre los sapiens que les regaló esa reservita ecológica... ahora, la casualidad, definitivamente no creo que haya sido...jejeje ;)