viernes, 6 de noviembre de 2009

Tan lejos, tan cerca

--¿Para qué son los muros?-- preguntó perspicaz una hormiga joven a otra vieja con la que salía a trabajar. Y la respuesta, que le irritaba tanto como su propio ácido fórmico lo hacía con sus víctimas, fue la misma ambigua respuesta de siempre: depende.

--¡¿Pero de qué depende?!-- gritó exasperada.

--Depende --precisó con una brahmánica calma la aludida-- entre otras cosas, de quiénes los construyen, cuál es su propósito (si es que lo saben) y, sobre todo, de cómo te colocas ante ellos.

La joven hormiga, sintió que el ácido fórmico le hervía en el cuerpo y prefirió, trabajar en silencio. Para sus adentros, seguía refunfuñando: ¡Muros! está más que claro: son barreras, límites ¡obstáculos! no me vengan a mí con filosofías de... oriente.

La hormiga vieja se percató de la revolución interior que habitaba en su joven camarada.

--Mira-- dijo señalando a un grupo de hormigas jóvenes que se dirigían cantando y riendo al gran concierto que ofrecía el grupo "Tú también" para celebrar la caída del muro y la reunificación del hormiguero. ¿Es eso lo que te incomoda?-- preguntó.

La joven respondió afirmativamente con un pedante movimiento de antenas.

--Ya veo-- comentó la vieja. No has conseguido tu boleto para el concierto ¿Verdad?

--¡Pero es absurdo! Los boletos eran gratuitos, pero pusieron un muro para controlar el acceso, precisamente a un concierto para celebrar la caida de otro muro...

--Sí, je je, resulta gracioso, lo bueno es que no invitaron al grupo que hizo The Wall

--Eso sí -- dijo la joven con una conciliadora sonrisa resignada.

--Bueno, esto constata que el deseo mueve montañas... vámos, acabemos este trabajo, te invito al bar de un amigo donde transmitirán el concierto en pantalla gigante y nos podemos tomar una copa ¿qué dices?

Y la sonrisa sincera de una hormiga virtual, iluminó de pronto el cielo de un virtual hormiguero llamado Berlín.






martes, 3 de noviembre de 2009

La resistencia de las biznagas

Antes había hartas biznagas gigantes por allí, en los cretácicos cerros plagados de fósiles de turritelas donde hoy se asienta el poblado de San Juan Raya.

Biznagas de esas que les dicen asientos de suegra, porque así se usaban, como instrumento de tortura, en una época de revuelta en la que hombres ávidos de mujer buscaban que las desdichadas madres de las doncellas popolocas rebelaran donde escondían a aquellas, precisamente en resguardo de sus masculinas ansias.

Estas milenarias cactáceas que miden de a siglo por pliegue en su abdomen--hablando de las biznagas, que no de las suegras, aunque así pudiera parecer-- fueron sacrificadas una por una durante años, según cuentan, porque se hizo costumbre cortar una de estas cada día de la feria de Zapotitlán, no queda claro exactamente en atención a qué clase de perversión del homo sapiens que habita por esa región.

Y además, para mayor desgracia de nuestras espinosas heroínas, los burros --en particular los sin dueño-- parecen disfrutar de manera especial de sus vegetales carnes, para lo cual han desarrollado una muy peculiar inteligencia que les permite despojarlas de sus púas para poder saborearlas.

Pero las biznagas, al fin hijas de la misma sabia madre Natura, no se han quedado impávidas ante tantos hechos adversos y estresantes que, de ser de nuestra especie, las tendría sin duda tendidas en divanes durante años, o sometidas a tratamientos de antidepresivos y cosas semejantes.

No se sabe bien cómo lo lograron, y alguien podría pensar que todo es mera obra de la casualidad y no de su agudeza, pero la cuestión es que ahora viven protegidas por los humanos, quienes han recibido, por fin, la luz de la pasión ecológica y las resguarda y procura como a pocas especies.

Los burros comedores de biznagas, por su parte, por su condición de salvajes, no reconocidos por dueño, club o partido político alguno, fueron capturados y llevados a la plaza del pueblo para su venta, pero como su inteligencia como comedores de biznagas no les reporta ningún crédito en materia de experiencia laboral, suelen ser comprados por circos y zoológicos para alimentar a los leones.

Como diría el último astronauta soviético que al volver a la Tierra ya no tenía país "es que la vida da muchas vueltas".