En 2008, esta proto-ponencia quedó Fuera de Lugar en un coloquio sobre la locura y sus interrogantes.... hoy encuentra Este Lugar y se filtra al ciberespacio...
La locura patente o ¿Quién registró la patente de los vientos Alicios?
He ahí la pregunta. Y ¿Cómo llega uno allí? Bueno, en mi caso, lo confieso abiertamente, todo empezó con EL ELOGIO. En efecto, un loco interés —sin duda, todo terreno— por el conejillo blanco y escurridizo de la locura. De allí, al manicomio, como resulta lógico. ¡Ah! ¡La isla de la manía! querencia de maravillas que arrastra con la fuerza de los vientos Alicios. Y me volví asidua, so pretexto de investigar sobre el por qué o cómo es que hay gente que acaba archivada por años bajo un expediente equis en ese presunto continente, más grisáceo que negro. Allí, yendo cada semana, así nomás —sin ton ni son diría el pollero que me ayudó a cruzar esa línea (metafóricamente hablando, sin ofender) — entablé una relación algo extravagante con una mujer adicta a las paletas de leche y los amores difíciles. A esta mujer, quien a la fecha suma ya un siglo y dos años de existencia, la llamaré, de aquí en adelante, Cihua Papalotl, por aquello de la discreción (del plagio en náhuatl de Madame Butterfly, claro). Ella, confesó experiencias vitales que, entre otras cosas, me relanzaron a ver una película mexicana de 1952 titulada “La Loca”, en cuya trama resonaban trozos del guión vivido en carne propia por Cihua Papalotl. ¿Acaso el guionista (Edmundo Báez), el director (Miguel Zacarías) o los protagonistas (Libertad Lamarque y Rubén Rojo) se habían inspirado de alguna manera en la historia de la mismísima heroína con quien yo había topado ahora? Esta pregunta me llevó a indagar quiénes fueron estos señores. Descubrí una hebra y otra, un enjambre de hilos, una madeja de relaciones entre guionistas, directores fílmicos, actrices, actores, dramaturgos, novelistas, personajes reales y ficticios, psiquiatras, manicomios, locos y hasta uno que otro psicoanalista. En este tour salté de un continente a otro, del hemisferio norte al sur y de regreso, del castellano a otros idiomas, de un siglo al anterior, de la historia a la literatura. De cuerda en cuerda [o de loca en loca, mejor dicho] como buena descendiente del mítico eslabón perdido, sin lograr ubicar el manantial del que brotan los delirios — los que llevan a alguien al manicomio ni los que llevan a alguien al salón de la fama o al canal de las estrellas — cuando de repente, me di cuenta que había estado caminando en círculos, así que regresé a Cihua Papalotl. Aquí confieso: me di cuenta vía el diván, desde luego, vía el diván. Pero el periplo magallánico, como suele ocurrir con estas cosas, no fue en vano. De hecho, algo muy prometedor me empezó a percutir como si fuera mi alma un tamborete de hoja de lata y anunciara la proximidad de un maravilloso circo. Y así fue, me puse a atar cabos y, bueno, les comparto la sospecha que parí (socráticamente hablando, por supuesto): que el presentido maestro que escribe el guión y mueve los hilos de las marionetas, el supremo poeta, no es becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes ni pertenece al Sistema Nacional de Creadores. Es que, abróchense los cinturones: NO ES UN AUTOR, SINO UNA OBRA. Sip. Una obra humana hecha de palabras que hablan y hacen de las suyas afectando a quien las habla. Sí, ya sé, el hilo negro, el agua caliente, dirán algunos de ustedes. Ni modo, me van a tener que disculpar, porque no todos tenemos la misma perspicacia para darnos cuenta desde el principio que Betty la fea no es la autobiografía de la señora del presidente... de Tranzania, por ejemplo.
A ver, esperen un poco. Es que dicen las voces, los ecos, esos, ustedes saben ¿No? Bueno, vale, no importa. Las voces dicen que Michel Foucault quiere hablar desde el Collège de France conmigo. ¿Oui? Aló Michel ¿Pero qué no ves que estoy ocupada? Además, cada vez la misma pregunta me haces ¿Qué es un autor? ¿Qué es un autor? Bueno, vale, au revoir Michel. Clac. ¿En qué estaba? Bueno, no sé, pero un autor, cantautor, mejor dicho, es por ejemplo, Luis Eduardo Aute. Sí, bueno, no tiene que gustarles, pero él escribió un canto a la locura; a la suya, desde luego, pero que de pronto uno puede compartir.. o no, en fin. La rola en cuestión se llama La locura que todo lo cura y dice a la letra — van a tener que perdonar la larga cita, pero ahora oigo la voz de Jacques Lacan que insiste en que sigamos a la letra el texto de los delirios, así que, vale, dice así: Toma buena nota, quien avisa no es traidor, eso está claro... Soy, cuando degusto ese elixir que es el amor, un bicho raro. Y aunque sea, lamentablemente, un animal, no me considero en absoluto racional, soy, más bien, como un acémila sentimental (traduzco: acémila es una mula, un testarudo, pues). Sigue Aute: …y eso, en estos tiempos, más que mal está fatal. No pretendo, mi bella criatura, tu caza y, captura, sólo, quiero de ti la locura que todo lo cura, junto a ti. Aunque el sexo por el sexo a veces esté bien, no es el nirvana; que aburrido hubiera sido el Polvo del Edén sin la manzana. Es imprescindible echarle al sexo perejil, que si no se queda en sólo puro vodevil... Es mejor ser Mitchum y Jane Russell en "Macao" que un "aquí te pillo, aquí te mato y luego, ciao". No consigo comprender que se pueda correr una aventura sin un "yo-sin-ti-me-muero" ni un "vamos-a-hacer-literatura". Intentemos practicar un poco de Dadá para huir del más acá y, llegar al más allá, donde amarse aun sea un reto a la imaginación y no otra manera de bajarse el pantalón. Amor, locura, polvos del Edén, un poco de Dadá, literatura. ¡EUREKA! Creo que tenemos todos los ingredientes de la cura. Como me sopla Lacan al oído: muéstrame como padeces el fenómeno del discurso en su conjunto y veremos las dimensiones constitutivas de tu psiquismo; o dicho de otra manera, dime lo que se te ocurra y nos vemos la próxima. Pero ojo, entiendo que hay una condición para prestar oído a los delirios a la letra: no andarle buscando un común denominador a los psiquismos. O sea, que con los mismos ingredientes o parecidos, incluso palabras idénticas, en el mismo idioma, plagiadas del mismo acervo, cada uno cocina SU PROPIO ESTILO de polvo paradisiaco o infernal (¿Y que se amuelen los correctores de estilo? No, no, sólo que se abstengan los obsesivos y los no solicitados). Llegada a este punto de la investigación (¡Ja! ¿Qué tal eh?). Bueno, llegada a este punto de la investigación, una cosa que resultó patente fue que para hablar con propiedad, la locura constituye una de las formas, quizás extrema, de padecer la relación que cada uno sostiene con el lenguaje. Me sugiere la voz Lacan que recordemos a Daniel Paul Schreber, quien publicó con su firma de autor UN TESTIMONIO ESCRITO DE SU PADECER, el cual, y lo dijo él al titularlo, además de memorable es digno de ser pensado. Okey maguey. Entonces ¿Dónde quedó el conejillo? ¿Qué carambas tiene todo esto que ver con Cihua Papalotl? ¿Por qué los vientos Alicios no le hacen ni cosquillas al Benemerito? ¿O sí?
¿Y la patente? ¿De quién entonces es la locura? Pues de quien la trabaja, diríamos, si nos ubicamos en el discurso zapatista. Del que la cultiva, la transforma, la hace dar frutos; de quien la tome como medio de producción de bienes y servicios socialmente compartibles. Y ese quien, podría ser un autor, un artista de la letra, del sonido, de la imagen, del movimiento, del objeto, del acto. ¿Suena bien, o no?
Sí, yo creo que así le sonó a Buñuel, a Usigli y a algunos otros autores que como Aute y ese que anda allá al fondo del auditorio, que se está escondiendo, bueno, como ellos, que hicieron su propio menjunje curativo; unos con más éxito que otros, ciertamente.
Bueno, y Cihua Papalotl, pues la verdad, sospecho que trae su propia receta y que la clave está precisamente en las paletas de leche y los amores difíciles, por lo menos es evidente que la vida no le estorba, y eso, en estos tiempos, queridos míos, ya es mucho, pero mucho decir.
…
¿Saben qué más? Nada más por ahora... Bueno, hasta aquí…
NOS VEMOS LA PRÓXIMA